miércoles, 21 de octubre de 2020


Día dos de experiencia con los colores para Dídac, no resultó como esperaba.
Hace una semana atrás nos pusimos antes de la cena un rato con colores y pinturitas. Amélia, sentada encima del trozo gigante de papel, pintaba todo a su alrededor escogiendo de entre una pequeña montaña de ceras de colores. Dídac, frente a la hoja, comenzó contento a hacer círculos. Después dijo que quería hacer planetas (habíamos estado mirando fotos que la NASA me envió cuando yo era chica, pero esa es otra historia) y tras varios intentos que no lo satisfacían, empezó a frustrarse, a enojarse, y a gritarle a los lápices que eran tontos. De nada sirvió recordarle que pintar es para jugar y todo ese asunto. Él quería lograr algo que su mano no le permitía, y a pesar de que suele reconocer bien los porqués de sus enfados (cosa que lo tranquiliza) esta vez insistía en que estaba enojado con los lápices, y siguió alterado hasta que nos fuimos a dedicar a otra cosa.
Me quedé pensando, primero con la idea de “no pasa nada, no es lo suyo lo gráfico, tiene otras habilidades. Es bastante autoexigente.” Pero no me quedé tranquila, seguí dandole vueltas al asunto. No porque pueda graficar o no lo que tiene en mente, sino porque no deja de exigirse representar algo que no puede. Pienso en mi actitud hacia el tema. Ni yo no otras personas le “corregimos”sus dibujos, no esperamos darle veredictos, pero si es verdad que a veces le pido con ilusión que me dibuje tal o cual cosa incluso viendo que le da pereza hacerlo o que no sale de él.

A los pocos días me puse a leer "Del dibujo infantil a la semiología de la expresión” y me iluminó un poco.. Es el mismo trasfondo que con el juego libre, pero aquí se me ha ido de las manos. Pienso en dejar de pedirle que represente cosas, que fluya. Así que me puse manos a la obra con papel pegado en la pared, y en un momento distendido me puse a pintar yo primero, lineas y puntos de colores, ensimismada, sin pedir nada, sin decir nada. Tanto Amèlia como él se unieron al juego y Dídac hizo unas maravillosas lluvias y nubes de colores sin proponérselo. Mi dibujo lo denominó Dídac “una imaginación”, y con todos esas obras tapadas para un “tachannn sorpresa” quiso él agasajar a su padre. Feliz con el momento pasado. Pasados unos días, quise repetir la operación, pero no salió como esperaba. Dídac quiso “copiar” los círculos verdes que yo hacía, me dijo que no le salía igual, que el mío era más guapo, me pidió que le borrara una parte del suyo... Cuando lo convencí de que era solo “una imaginación” y no podía salir mal, perdió interés y pasó a insistirnos a su papi y a mi que le dibujaramos unos dinosaurios.
Ahora proceso el como seguir para que recupere las ganas de jugar pintando, de no exigirse nada. Lo que quiero no es que sepa dibujar, sino que se anime con el expresar, que se permita la inexactitud. ¿Quizás seguir simplemente así, sin pedir, ofreciéndole el momentito de colores compartidos?

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