miércoles, 10 de junio de 2020

Cuando él juega, es difícil conectar. Está ensimismado, parece en una dimensión paralela. Y el tema es que él, con 4 años, siempre está jugando.

Intentar seguir un objetivo entraña considerable dificultad. Sea el que sea. Lavar dientes, salir para hacer alguna gestión con un horario concreto, o incluso salir a jugar. Los adultos vamos dando cada paso con un objetivo concreto. Ponemos un calcetín, para después poner un zapato, para después tener listo al niño y poner algunas cosas en la mochila, chequear que está todo, y así ya listas ir a hacer el pis antes de salir y después poder poner el casco, agarrar la bici, mirar de no olvidar el móvil, cerrar la puerta con llave e ir caminando hacia nuestro destino final, entre otra multitud de detalles que se van encadenando mientras seguimos el hilo que acciones que nos llevan a hacer lo que tenemos planeado. Pero para él, con sus cuatro años, es distinto. Para él, cada paso es un objetivo en si mismo. Poner un calcetín es el juego de no dejárselo poner (hasta que le digo: entonces no te ayudo? Te lo ponés solo?). Pedir que se ponga los zapatos se convierte en el juego de ponérselos en las manos y caminar simulando que es una tortuga (hasta que le digo, entonces, nos quedamos acá a jugar a las tortugas?), mientras juntamos las cosas que necesitamos llevar, encuentra por ejemplo el juego de muñecos de dinosaurios que hablan entre sí discutiendo con energía y se rehusan a encaminarse al baño a hacer el pis con Dídac. Para cuando llegamos, el baño le ofrece innumerables oportunidades, entre las cuales pasar agua por el espejo y hacer caras raras es la elegida. Después de logrado finalizar y secar y cuando no cambiar otra vez la camiseta, la bici parece quedarse andando en el living un ratito bien largo. Y aun al salir, el trayecto hasta el lugar elegido está interceptado por el portal de la vecina a la que saludar, las bolitas naranjas de la planta que recoger, la alcantarilla por las que algo había que tirar. Mientras yo voy con mi cabeza de pastora ensimismada viendo el final del camino, él ha vivido infinitas historias, con plena conciencia y con inmenso gozo. Amèlia, por supuesto, le sigue los pasos, siempre cantando y riendo. 

Parece la meca del mindfuness, del estado pleno,  como un camino que se recorre a la inversa, empezandose lleno de esa extraña sabiduría del saber vivir, que se va perdiendo con el tiempo. Y menos mal que es así, porquesi pienso en adultos que solo vean delante de sí el juego que les atrae y se despreocupen totalmente del estado de necesidad ajena, no creo que sea un adulto con espiritu de niño, sino un ser egoista y egocentrico. Menos mal que la mayoría de nosotros abrimos la mente y auqnue sufrimos un poco más, el bien común se torna relevante. Pero en la infancia no, no les podemos pedir eso. Que disfruten y que vivan su precioso minuto a minuto.