miércoles, 13 de mayo de 2020

Días caoticos que los hay los hay. Esos donde uno pierde la paciencia sin remedio, días en que hay que mirar un trozo de cielo y substraernos de lo que está ocurriendo para buscar otra vez nuestro centro. Esos que comienzan con un niño embarrando todo con la manguera, que cae por todo menos en la piscinita, un perro que te salpica y amenza con sus saltos a aplastarte un hijo (o al menos eso imagino en aquel instante), pero que se resiste a quedarse "del otro lado" del patio, rompiendo la vieja barrerita de madera por la mitad de un empellón, y que continúa con una avispa clavando el aguijón a la pequeña, para luego seguir, al estar más calmados todos en el sofa, con los dos indígenas saltando por arriba del respaldo del sofá, uno venía empapado asi que asi quedó, desnudito luego de deshacerse de su ropa, y resistiendose a los calzoncillos se me trepa por el hombro y salta, hacia atrás, sobre el respaldo una y otra vez, aterrizando en la desordenada montaña de cosas que se acumulan allí, y ella queriendo seguir el juego se me sube también, se me saltan las gafas y me tiran del pelo. Luego se dan un cabezaso, llantos, pisotones y la comida que espera por hacerse, apenas son las dos de la tarde.

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