lunes, 8 de julio de 2019

Esta es una fase en la que los recuerdos de mi infancia fluyen, porque Didac empieza a acceder a nuevos juegos. Jugamos a tomar el té, a cocinar pizzas y tartas de pasto. Jugamos a comprar y vender, y me acuerdo de las "tiendas" de pastito en la vereda de Ciudad Jardín. Jugamos a armar torres de madera, mi juego favorito, y me acuerdo de la forma y el tacto de los míos ella lejos y hace tiempo. Juega a hacer experimentos, con menjunjes de la cocina, y me acuerdo de las masas de sal y harina de mi mamá, de las mezclas que nos dejaba hacer para experimentar en el patio, pasando cosas de tarrito en tarrito. Jugamos con peluches y me acuerdo de pepino y mi caperucita, y sobre todo de los enanitos (como los queriamos!) cada unos tenía el suyo: el mío era el amarillo, el de Diego el verde, el de German el celeste. Les buscábamos camitas en las ramas del ciruelo. Tenemos una caja de disfraces (telas y sombreros, delantal y y cosas varias..) y me acuerdo de nuestras sesiones de squetches en casa. Tenemos una cajita con bichos secos, que fui encontrando a lo largo del tiempo, y él los mira y los pasea con interés. Me acuerdo de mis colecciones, mis cuadernos, mis cajitas.  Le cuento un cuento a Dídac y me acuerdo de Agüita y el profesor Cirulaccia.
Que bueno haber tenido tiempo para dedicarle a jugar libremente en nuestra infancia, que suerte nuestro fondo, las plantas y animalazos, el haber escuchado tantas historias, visto tantas ilustraciones, haber podido ir descalzos, y seguir esas ideas sencillas y grandes que se tienen de niño. Nunca podré decir suficientes gracias a mi mamá y mi papá.




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