jueves, 20 de junio de 2019

Amelia en su noveno mes de vida, comiénza a abrirse al mundo y a la vez, como es típico en los bebés de esta edad, a diferenciar  lo conocido de lo que no lo es, desconfiar un poco de lo extraño y volverse tímida cuando alguien le habla, en un abrazo garrapata hacia la mami, cuando no es directamente una transformación de su cara en pucheros y llanto pidiendo auxilio.

En esas estamos cuando se nos viene a ocurrir justamente (por decirlo así, más bien son necesidades organizativas del mes de mayo y junio) que yo empiece a irme con Amelia por las mañanas con Jordi, después de que él deja a Didac en la escuela bosque, e instalarme en casa del pradins a estudiar, mientras Coia me echa una mano con la bebé. Ha sido fructífero para mis horas atrasadas de estudio, e interesante ver como poco a poco Amelia se va aflojando, pidiendo menos por mi, familiarizando con la casa de Palma y sus abuelos mallorquines. Aunque lo que más la hace feliz es el momento en que llega a Dídac, para perseguirlo gateando. 

Jordi ha jugado hasta ahora el papel de relevo con Didac, dejándome en general a Ameli de lapita pegada, o yo de ella, una con la otra como canguro con su cría en el bolsillo de afuera. Pero ahora, justamente y curiosamente luego de cumplir los 9 meses, se acercan más el papi con su hija. Como una segunda gestación externa, finalizada, ella empieza a salir al mundo más. Y quien la espera allí sonriente de ojos y manos abiertas, es Jordi antes que nadie. Hace una o dos semanas que sale él por las tardes con ellos, al parque, la piscina. Amelia a cuestas de la mochila, Didac en carro, en bici o caminando. Sin penas ni angustias, solo cargado con un poco de fruta, y últimamente un biberón de agua, la pasan genial en el paseo de unas tres horitas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario