Sentados en la escalera de
casa, vivimos con Dídac una situación inolvidable. 8 de la tarde,
después de un día de trabajo, cansada y con ganas de jugar con
Dídac. Pero cansada. Un no me acuerdo qué que Dídac quería hacer
y yo no quería que hiciera (bajar las escaleras de rodillas..
arrastrar un banquito a la nevera?... no recuerdo), una sensación
de que la energía me falta, el recuerdo de la panza que crece, el
entusiasmo mechado de incertidumbre, de si podremos con todo, de como
dar lo mejor, de como será tener a éste y al nuevo, el pensar en no
querer darle menos a Dídac, y sin embargo ver que son las 8 de la
tarde y estoy cansada, tengo menos paciencia y aun no ha salido de mi
panza.... pensamientos, un fulgor de angustia, sencilla, cotidiana,
pero presente. Me siento en el escalón sin dejar de mirar a Dídac,
descanso apoyando la cara en las manos y los codos en las rodillas.
Suspiro. Sonrío. Dídac viene a sentarse al lado mio, y bien
erguido, se pone las manitos en las mejillas.. y me mira. Primero no
entendí que significaba ese gesto. Después lo vi. Era la mitad del
mío.. llega a la parte de la cara pero los codos que no le llegan a
las rodillas, le quedan en el aire como un par de alitas. Suspira.
Entonces me da una ataque de risa, y el pequeño imitador hace lo
propio, primero para emularme, después los dos francamente tentados,
riendo hasta casi hacernos pipi.
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