viernes, 9 de marzo de 2018

Sentados en la escalera de casa, vivimos con Dídac una situación inolvidable. 8 de la tarde, después de un día de trabajo, cansada y con ganas de jugar con Dídac. Pero cansada. Un no me acuerdo qué que Dídac quería hacer y yo no quería que hiciera (bajar las escaleras de rodillas.. arrastrar un banquito a la nevera?... no recuerdo), una sensación de que la energía me falta, el recuerdo de la panza que crece, el entusiasmo mechado de incertidumbre, de si podremos con todo, de como dar lo mejor, de como será tener a éste y al nuevo, el pensar en no querer darle menos a Dídac, y sin embargo ver que son las 8 de la tarde y estoy cansada, tengo menos paciencia y aun no ha salido de mi panza.... pensamientos, un fulgor de angustia, sencilla, cotidiana, pero presente. Me siento en el escalón sin dejar de mirar a Dídac, descanso apoyando la cara en las manos y los codos en las rodillas. Suspiro. Sonrío. Dídac viene a sentarse al lado mio, y bien erguido, se pone las manitos en las mejillas.. y me mira. Primero no entendí que significaba ese gesto. Después lo vi. Era la mitad del mío.. llega a la parte de la cara pero los codos que no le llegan a las rodillas, le quedan en el aire como un par de alitas. Suspira. Entonces me da una ataque de risa, y el pequeño imitador hace lo propio, primero para emularme, después los dos francamente tentados, riendo hasta casi hacernos pipi.

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