viernes, 5 de abril de 2019

Dídac enfrentándose a desafíos de hermano mayor y yo a desafíos de madre de dos.

Quiero como Amèlia, agua con cucharita. En la hamaca, como Amèlia. Busco la teta, como Amèlia. Una pierna para mi, otra para Amèlia. Primero yo, después Amèlia.
Con la inocencia y sin haber oído reproches, sin haber oído hablar de celos, los siente y los expresa, de esta manera sencilla. Esos son sus desafíos de hermano y los enfrenta. Con un poco de paciencia se lleva, y reconozco que muchas veces es él quien la hace reír en la trona mientras limpio la cocina. Es casi nuestro ritual after diner. 
El desafío para mi aparece cuando entre sus inocentes juegos se le ocurre alguno que a mi no me gusta, como meterle la mano en la boca a la hermana o similar. Cuando repite la acción divertido después de mi firme prohibición. Lo aparto con suavidad y le explico, una y más veces, lo que espero de él. Una especie de instinto león me aprieta la barriga. Tengo ganas de apartarlo de un manotazo, más de una vez me cosquillea en la mano un tirón de pelo. Le grito, me agacho, lo miro a los ojos, lo agarro de los brazos en reemplazo de una sacudida, alguna vez llego a un inicio de sacudida, pero lejos de lo que me pide el cuerpo. Totalmente consciente de que todo empeora... ahi él lucha por apartarme, colgarse, hacer lo que sea que no quiero que haga. Me las ingenio para torcer esa escalada de tensión hasta llegar a un abrazo, a veces ya con llantos de por medio.  En general lo conseguimos, otra vez él jugando y riendo, esta vez sin molestar. 
Pero mi enfado tarda en disiparse y a veces necesito relevo. Envidio y admiro esa pureza infantil de resarcirse al instante y volcarse al amor y la alegría, su capacidad de no resentimiento. Dídac bella criatura, amor amor.

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